Aunque repasando otras
entradas de este grandísimo blog pudiera no parecerlo, en Seúl no son todo vacaciones, comida poco digestiva
y Steve Aokis. Puede parecer chocante
pero entre todo ese jolgorio los
estudiantes de intercambio también debemos asistir a clase de manera regular.
Esta firma invitada se encargará de ser consejero sobre lo que uno puede
esperar al compartir pupitre con los coreanos.
Lo primero es la puntualidad
y la asistencia. El sistema coreano se basa en unas simples pero estrictas
premisas:
-No puedes faltar a más de 4 clases al semestre o es un suspenso,
al parecer las enfermedades incapacitantes y la muerte sobrevenida son excusantes
pero yo no me la jugaría.
-Asistir es llegar a
clase A LA HORA. Llegar a la hora española,
esto es a la hora más 10-15 minutos, se considera ausencia. En este caso mejor
quedarse en el bar a sorber fideos.
-El primer día eliges
asiento, no puedes cambiar de asiento pues se vincula a tu asistencia. He visto coreanos hacer cola delante del aula por
más de 45 minutos esperando reservar butaca en primera fila como si se tratara de un concierto de Justin Bieber. Te resultará más fácil si relajas tus
pretensiones hasta el fondo de la clase y buscas una “chinita” mona o un francés
de ojos claros para compartir mesa… estará atrapada/o contigo por todo un
semestre.
-La asistencia es medida
por un pequeño y silencioso individuo llamado teaching assistant, el ojito derecho de todo profesor, de cuya
voluntad y generosidad dependerá tu suspenso. Intenta hacerte su amigo, guíñale
el ojo o chócale los cinco como si
hubieras nacido en Brooklyn, y controlarás el juego.
¿Pero todo esto para
qué? Las primeras sensaciones en clase
varían según cada alumno y profesor (la mayoría) bastante competentes. Mi
profesora de Psicología, coreana doctorada en USA, reconoció tras 5 minutos que
su nerviosismo, de por sí evidente por su respiración profunda y sus manos
temblantes, le impedía dar la primera clase en inglés. Aguantar una hora y media de psicología en
coreano no resulta tan estimulante como podría parecer. Otros profesores advierten de primeras que su
clase es demasiado complicada como para
que los “diablos extranjeros” puedan entenderla, entonces te recomendarán
dejarla. Todo un estímulo tras más de 2 meses
suplicando a tu coordinador
universitario poder escoger esa asignatura que tanto te motivaba entonces.
¿Cómo son los alumnos
entonces? La mayoría son tan tímidos que preferirían ir de picnic a Corea del
Norte antes de pronunciar palabra durante las horas lectivas. Todo esto a pesar
de los intentos desesperados del profesorado por recibir respuesta (o
sonido alguno) a las más triviales de
sus preguntas.
Sin embargo, lo que más me llama la atención en clase es un extraño
superpoder que sólo una dieta a base de arroz y vegetales fermentados podría proporcionar.
El observador atento súbitamente
percibirá a ese estudiante ¡SÍ! aquél
que has visto tomando concienzudamente apuntes durante media hora en su Samsung de última
generación mientras su grabadora de voz
hacía el resto, le empieza a pesar la cabeza,
entrando de lleno en estado REM,
dando cabezazos de abajo a arriba (este último más violento), hasta que termina
la clase. La mayoría lo pone en práctica y a nadie parece importarle, inténtalo
tú y prueba de que pasta (o fideos) estás hecho.
Espero que el post haya
servido para transmitir, lo más personalmente posible, la caótica, confusa, chocante pero increíblemente positiva experiencia de asistir a una clase
universitaria en Corea del Sur.
Fdo. Jaume Casajuana
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